Saturday, May 19, 2018

Se debe predicar el sencillo Evangelio, no llamativas especulaciones


(Se cita)

 Y les dijo: No toca á vosotros saber los tiempos ó las sazones que el Padre puso en su sola potestad;
Mas recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me sereís testigos en Jerusalem, en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra.
Hechos 1:7,8.


Los discípulos sentían deseos de conocer el tiempo exacto de la revelación del reino de Dios; pero Jesús les dijo que no les era permitido conocer los tiempos y las sazones, pues el Padre no los había revelado. Entender cuándo debía ser restaurado el reino de Dios no era lo más importante que debían conocer. Debían ser hallados siguiendo al Maestro, orando, esperando, velando y trabajando. Debían ser los representantes del carácter de Cristo ante el mundo. Lo que era esencial para una vida cristiana llena de éxito en los días de los discípulos, es también esencial en nuestros días. "Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo". ¿Y qué debían hacer después de que descendiera sobre ellos el Espíritu Santo? "Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra".

Esta es también la obra en que nosotros debemos ocuparnos. En vez de vivir a la expectativa de alguna sazón o tiempo especial de conmoción, debemos aprovechar sabiamente las oportunidades presentes, haciendo lo que debe ser hecho para que las almas puedan ser salvas. En lugar de consumir las facultades de nuestra mente en especulaciones acerca de los tiempos y las sazones que el Señor ha puesto en su sola potestad, y que no ha revelado a los hombres, debemos rendirnos ante el dominio del Espíritu Santo para cumplir con nuestros deberes actuales, para dar el pan de vida, no adulterado con las opiniones humanas, a las almas que están pereciendo por falta de la verdad.

Satanás siempre está preparado para llenar la mente con teorías y cálculos que desvíen a los hombres de la verdad presente y los incapacite para dar al mundo el mensaje del tercer ángel. Siempre ha sido así, pues nuestro Salvador con frecuencia tuvo que reprender a los que se complacían en especulaciones y siempre estaban investigando aquellas cosas que el Señor no había revelado. Jesús había venido a la tierra para impartir importantes verdades a los hombres, y deseaba impresionar su mente con la necesidad de recibir y obedecer sus preceptos e instrucciones, de cumplir con sus deberes presentes; y los mensajes de Jesús eran de una naturaleza que impartía conocimiento para su uso diario inmediato.





Jesús dijo: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado". Todo lo que había sido hecho y dicho tenía este único propósito en vista: afianzar la verdad en la mente de ellos para que pudieran alcanzar la vida eterna. Jesús no vino para asombrar a los hombres con un gran anuncio sobre algún tiempo especial cuando ocurriría un gran suceso, sitio vino para instruir y salvar a los perdidos. No vino para despertar y complacer la curiosidad, pues sabía que eso sólo aumentaría el apetito por lo desconocido y lo maravilloso. Su propósito era impartir conocimiento mediante el cual los hombres pudieran crecer en fortaleza espiritual y avanzaran por el camino de la obediencia y la verdadera santidad. Sólo impartía las instrucciones que podían ser apropiadas para las necesidades de la vida diaria de ellos, sólo la verdad que pudiera ser dada a otros de la misma manera. No hizo nuevas revelaciones a los hombres, sino que les abrió el entendimiento a verdades que por mucho tiempo habían sido oscurecidas o tergiversadas por las falsas enseñanzas de los sacerdotes y maestros. Jesús restituyó las gemas de verdad divina a su debido lugar, en el orden en que habían sido dadas a los patriarcas y los profetas. Y después de haberles impartido esa preciosa instrucción, prometió darles el Espíritu Santo por medio del cual deberían recordar todas las cosas que les había dicho.

Estamos en continuo peligro de ponernos por encima de la sencillez del Evangelio. En muchos hay un intenso deseo de sorprender al mundo con algo original, que arrebate a la gente a un estado de éxtasis espiritual y cambie el orden actual de lo que se conoce. Hay, sin duda, gran necesidad de un cambio en el orden actual de lo que conocemos, pues la santidad de la verdad presente no se comprende como se debiera; pero el cambio que necesitamos es un cambio de corazón que sólo se puede obtener buscando individualmente la bendición de Dios, implorando en busca de su poder, orando fervientemente para que su gracia venga sobre nosotros y puedan ser transformados nuestros caracteres. Este es el cambio que necesitamos hoy día, y para lograr esta experiencia debemos utilizar energía perseverante y manifestar sincero fervor; debemos preguntar con verdadera sinceridad: ¿qué debo hacer para ser salvo? Debemos saber con exactitud qué pasos estamos dando hacia el cielo.
Cristo dio a sus discípulos verdades cuya anchura, profundidad y valor poco apreciaban y ni siquiera comprendían; y la misma condición existe ahora entre el pueblo de Dios. Hemos fracasado también en comprender la grandeza, en percibir la belleza de la verdad que Dios nos ha confiado hoy. Si avanzáramos en conocimiento espiritual, veríamos que la verdad se desarrolla y ensancha en formas que ni siquiera hemos soñado; pero nunca se desarrollará en forma alguna que nos induzca a imaginar que podemos conocer los tiempos y las sazones que el Padre ha puesto en su sola potestad. Vez tras vez he sido amonestada en cuanto a fijar fechas. Nunca más habrá un mensaje para el pueblo de Dios que se base en períodos fijos de tiempo. Tampoco sabemos el tiempo definido para el derramamiento del Espíritu Santo, ni para la venida de Cristo (RH 22-3-1892).




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